A propósito del desastre de Haití, no paran de aparecer, en la prensa, noticia sobre la adopción de niños de aquel país.
He manifestado, en más de una ocasión, mi parecer sobre la adopción y en este sentido creo, como he dicho en otras ocasiones, tener el tema muy claro. En mis esquemas no prima la biología. Un tema tan complicado como es la adopción, en el que convergen distintos intereses: por un lado, el de los adoptantes, que tienen absolutamente interiorizado su deseo de ser padres, voluntad y capacidad para llevar a cabo ese proyecto de vida; y por otro, el de los niños, a quien nadie ha preguntado que es lo que quieren, sobre si están bien o no, y a quienes, con la adopción, les llega el segundo desarraigo (en el mejor de los casos) que sufrirán en su vida.
Si nos dedicamos a movernos en el terreno de las emociones, todos saldríamos corriendo a Haití a recoger a esos miles de niños que nos muestra la televisión, pero no es el caso. No podemos dejarnos zarandear por algo tan efímero con es una algarada emocional. También es perfectamente comprensible e inevitable que los futuros padre adoptantes, aquellos que se encuentran a la espera de ser asignados (así es como se llama el emparejamiento definitivo de padres/hijos), se mesen los cabellos y se desesperen cuando ven las imágenes de la televisión y piensan que sus expediente de adopción llevan años burocráticamente paralizados sobre la mesa de alguien.
Pero en este caso, en el de Haití, y en el de otros lugares en el que las consecuencias de las catástrofes son impresionantes, es cuando más cautelosos hay que ser con los procesos adoptivos. Desgracia no siempre implica desamparo.
Hay que ser cautos, estamos ante un tema muy serio que para nada debe frivolizarse. Es cierto que muchos niños habrán perdido a sus padres biológicos, pero no todos ellos habrán quedado sin familia. Es por ello que, antes que lanzar las hordas occidentales a las masivas adopciones, con sus miles de buenas voluntades, habrá que ver cual es la salida menos traumática que pueden encontrarse para esos niños que, no olvidemos, están sufriendo, pueden tener familia y son haitianos.
En este caso, en el de Haití, donde además de la catástrofe natural, conocemos su extrema pobreza, no debemos comportarnos como el pariente rico que entra en casa ajena a organizarlo todo, ahora que la casa se ha caído.
La pobreza de medios no implica pobreza de nada más.
También estas circunstancias nos obligan a ser muy cautelosos. Nos encontrarnos ante el país más pobre el mundo, ante unas imágenes escalofriantes, pero eso no debe hacernos perder de vista que estos niños, casi todos, tienen una familia extensa que, en principio y salvo imposibilidad o falta de voluntad de ocuparse de ellos, deberán ser quienes les abriguen y sigan educando, criando y queriendo. Los niños haitianos están sufriendo el dolor por unas perdidas verdaderamente traumáticas e irremplazables y, dentro de su escasez, no conocen otro modo de vida, pues ese es en el que siempre han vivido.
No somos nadie para generar más sufrimiento desarraigando a los que cuentan con sus familias en Haití y quieren hacerse cargo de ellos por muy pobres que sean. Nada nos da derecho a cambiar el curso de la vida ni la existencia de nadie, si no es necesario.
Sólo una vez se determine su desamparo, falta de familia que pueda y quiera ocuparse de ellos, es cuando sin dilación, con las garantías suficientes como para no generar situaciones extrañas, maliciosas o incluso perniciosas para estos críos; debe barajarse su adopción, nacional o internacional. En ese momento es cuando verdaderamente hay que correr para que un menor no quede institucionalizado, haciéndose mayor, mientras se determina sobre su asignación o no a una familia.
Y es que los niños no deben crecer, a ser posible, en orfanatos en los que, por muy buena voluntad que se le pueda poner, carecen de algo tan esencial como la capacidad de generar en el niño la percepción de pertenecer a un grupo, en este caso, a una familia.
Yo creo en la familia como el verdadero y esencial núcleo social en el que se desarrollan las personas, por eso, para mí, es primordial que los niños tengan la suya ,en la que desarrollarse y crecer.
No es fácil. El tema de la adopción es absolutamente complejo y más atendidas las circunstancias. Así que mejor no pequemos de solidaridad mal entendida y seamos realistas con el tema.
Adopción sí, pero no a cualquier precio.
He manifestado, en más de una ocasión, mi parecer sobre la adopción y en este sentido creo, como he dicho en otras ocasiones, tener el tema muy claro. En mis esquemas no prima la biología. Un tema tan complicado como es la adopción, en el que convergen distintos intereses: por un lado, el de los adoptantes, que tienen absolutamente interiorizado su deseo de ser padres, voluntad y capacidad para llevar a cabo ese proyecto de vida; y por otro, el de los niños, a quien nadie ha preguntado que es lo que quieren, sobre si están bien o no, y a quienes, con la adopción, les llega el segundo desarraigo (en el mejor de los casos) que sufrirán en su vida.
Si nos dedicamos a movernos en el terreno de las emociones, todos saldríamos corriendo a Haití a recoger a esos miles de niños que nos muestra la televisión, pero no es el caso. No podemos dejarnos zarandear por algo tan efímero con es una algarada emocional. También es perfectamente comprensible e inevitable que los futuros padre adoptantes, aquellos que se encuentran a la espera de ser asignados (así es como se llama el emparejamiento definitivo de padres/hijos), se mesen los cabellos y se desesperen cuando ven las imágenes de la televisión y piensan que sus expediente de adopción llevan años burocráticamente paralizados sobre la mesa de alguien.
Pero en este caso, en el de Haití, y en el de otros lugares en el que las consecuencias de las catástrofes son impresionantes, es cuando más cautelosos hay que ser con los procesos adoptivos. Desgracia no siempre implica desamparo.
Hay que ser cautos, estamos ante un tema muy serio que para nada debe frivolizarse. Es cierto que muchos niños habrán perdido a sus padres biológicos, pero no todos ellos habrán quedado sin familia. Es por ello que, antes que lanzar las hordas occidentales a las masivas adopciones, con sus miles de buenas voluntades, habrá que ver cual es la salida menos traumática que pueden encontrarse para esos niños que, no olvidemos, están sufriendo, pueden tener familia y son haitianos.
En este caso, en el de Haití, donde además de la catástrofe natural, conocemos su extrema pobreza, no debemos comportarnos como el pariente rico que entra en casa ajena a organizarlo todo, ahora que la casa se ha caído.
La pobreza de medios no implica pobreza de nada más.
También estas circunstancias nos obligan a ser muy cautelosos. Nos encontrarnos ante el país más pobre el mundo, ante unas imágenes escalofriantes, pero eso no debe hacernos perder de vista que estos niños, casi todos, tienen una familia extensa que, en principio y salvo imposibilidad o falta de voluntad de ocuparse de ellos, deberán ser quienes les abriguen y sigan educando, criando y queriendo. Los niños haitianos están sufriendo el dolor por unas perdidas verdaderamente traumáticas e irremplazables y, dentro de su escasez, no conocen otro modo de vida, pues ese es en el que siempre han vivido.
No somos nadie para generar más sufrimiento desarraigando a los que cuentan con sus familias en Haití y quieren hacerse cargo de ellos por muy pobres que sean. Nada nos da derecho a cambiar el curso de la vida ni la existencia de nadie, si no es necesario.
Sólo una vez se determine su desamparo, falta de familia que pueda y quiera ocuparse de ellos, es cuando sin dilación, con las garantías suficientes como para no generar situaciones extrañas, maliciosas o incluso perniciosas para estos críos; debe barajarse su adopción, nacional o internacional. En ese momento es cuando verdaderamente hay que correr para que un menor no quede institucionalizado, haciéndose mayor, mientras se determina sobre su asignación o no a una familia.
Y es que los niños no deben crecer, a ser posible, en orfanatos en los que, por muy buena voluntad que se le pueda poner, carecen de algo tan esencial como la capacidad de generar en el niño la percepción de pertenecer a un grupo, en este caso, a una familia.
Yo creo en la familia como el verdadero y esencial núcleo social en el que se desarrollan las personas, por eso, para mí, es primordial que los niños tengan la suya ,en la que desarrollarse y crecer.
No es fácil. El tema de la adopción es absolutamente complejo y más atendidas las circunstancias. Así que mejor no pequemos de solidaridad mal entendida y seamos realistas con el tema.
Adopción sí, pero no a cualquier precio.
Como el agua clara... "La pobreza de medios no implica pobreza de nada más". "Nada nos da derecho a cambiar el curso de su vida y existencia de nadie si no es necesario".
ResponderEliminarComparto totalmente este mismo pensamiento. Este mismo sentimiento.
Luis (Keso)
Tens raó.
ResponderEliminarDe totes mangueres penso que qui ha de posar frè a les adopcions indiscriminades és el propi govern haitià.
El fenòmen és típic (i perdona la crudesa): Haití està de moda i aquesta catàstrofe va molt bé per fer-nos creure el que tú has dit, el germà ric i redimir-nos una mica. No exents de bona voluntat... però ara toca Haití. Fa quatre dies la Xina, Etiòpia...
I compte que jo sóc pro-adopció 100%, però com tu dius, en la justa mesura.
També crec (i conec) que adoptar un nen que està en aquestes circumpstàncies és sinònim de salvar-li la vida. I s´agraeïx.
El que em repateja, és que mai no acostumen a mirar la nostra realitat més inmediata... i així no n´apendrem mai...
Que bien lo explicas. Es cierto.
ResponderEliminar