Le veo llegar completamente desastrado. El pelo, que empieza a clarear, todo revuelto, diría que incluso un poco sucio. Va sin afeitar. El abrigo, un buen abrigo, luce raído, sin lustre y con un roto en el faldón.
Camina arrastrando los pies, como si sobre los hombros soportara el peso de lo infinito. Casi no le reconozco. ¿Cómo es posible? Sólo algo del porte que en su día le distinguía permanece, aunque es casi imperceptible. El empaque y el brillo de entonces deben haber quedado acodados en la barra de algún sitio de moda que con el tiempo ha cambiado por un tugurio cualquiera.
Se acerca a mí, y mientras me alzo de puntillas y él dobla el cuerpo para acercarse a mi cara, percibo el hedor de un aliento que apunta a la existencia de mil demonios mentales. Un beso apenas rozado y se instala en mí una sensación de nausea que me avergüenza.
No quiere evitarlo, él lo necesita y yo también. Entre la repugnancia y la pena, me acerco buscando a aquél que hace tiempo fue y que, en algún sitio muy profundo del desecho que empieza a ser, continúa siendo. Le abrazo. Noto que su cuerpo se tensa y no puedo dejar de imprimir mayor intensidad, sé que tiene que estar aquí. Sólo cuando noto que sus músculos se relajan y desaparece de mí la fatalidad, volvemos a recomponernos y a mirarnos.
Empuja la puerta como entonces, se hace a un lado y me cede el paso haciendo un pequeño gesto con la cabeza. Nos sentamos en una mesa cualquiera, pedimos algo caliente y fumamos. Hablamos y por un momento, sólo por unos instantes, desaparece ese desastre de pelo, de atuendo, de aspecto, y vuelvo a tener frente a mí al que fue. Pero se pierde, no sé si ya sabe quien soy o si me confunde con alguno de sus demonios. Sus ojos han dejado de mirarme, la neblina cubre totalmente su pupila y ahora ya sé del cierto que no me ve.
Me sorprendo cogiendo su mano, huesuda, fría e incluso un poco muerta, y me desconcierto al comprobar que sus miserias son las mías, sólo que yo he tenido más suerte. Vuelvo a estar frente a un espectro. El infortunio le encontró a él primero en este juego.
Su infierno tiene nombre de mujer.
Se acerca a mí, y mientras me alzo de puntillas y él dobla el cuerpo para acercarse a mi cara, percibo el hedor de un aliento que apunta a la existencia de mil demonios mentales. Un beso apenas rozado y se instala en mí una sensación de nausea que me avergüenza.
No quiere evitarlo, él lo necesita y yo también. Entre la repugnancia y la pena, me acerco buscando a aquél que hace tiempo fue y que, en algún sitio muy profundo del desecho que empieza a ser, continúa siendo. Le abrazo. Noto que su cuerpo se tensa y no puedo dejar de imprimir mayor intensidad, sé que tiene que estar aquí. Sólo cuando noto que sus músculos se relajan y desaparece de mí la fatalidad, volvemos a recomponernos y a mirarnos.
Empuja la puerta como entonces, se hace a un lado y me cede el paso haciendo un pequeño gesto con la cabeza. Nos sentamos en una mesa cualquiera, pedimos algo caliente y fumamos. Hablamos y por un momento, sólo por unos instantes, desaparece ese desastre de pelo, de atuendo, de aspecto, y vuelvo a tener frente a mí al que fue. Pero se pierde, no sé si ya sabe quien soy o si me confunde con alguno de sus demonios. Sus ojos han dejado de mirarme, la neblina cubre totalmente su pupila y ahora ya sé del cierto que no me ve.
Me sorprendo cogiendo su mano, huesuda, fría e incluso un poco muerta, y me desconcierto al comprobar que sus miserias son las mías, sólo que yo he tenido más suerte. Vuelvo a estar frente a un espectro. El infortunio le encontró a él primero en este juego.
Su infierno tiene nombre de mujer.
Acabo de tener un Dèja Vu.Me gusta mucho leerte.
ResponderEliminar(una a la que se le murió una perrita el otro día)
Gracias (sé quien eres) ;-)
ResponderEliminarQué aspecto tan malo tengo. Iré a la pelu.
ResponderEliminarYo no digo nada que después todo se sabe.
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