Así que hoy, Berta, gestante de un “virus” que ya tiene cinco meses, que dice que está en crisis y sabe que yo también, pretende que la acompañe a su particular tour “antidepre”. Como no me apetece porque la tarde amenaza lluvia, le meto una trola y le digo que no, que hoy no puedo que tengo que hacer muuuuuchas cosas, todo ello mientras bostezo. Lanza una carcajada que da miedo y amenaza con venir.
Se presenta en mi casa y se cuelga del interfono hasta que casi lo quema. La veo por la pantallita y la amenazo con llamar a la policía si no saca el dedo del timbre y se va. Empieza a hacer mohines, a señalarse la barriga diciendo que el “virus” me necesita. No me ablando. Empieza a cantar a grito pelado y la vergüenza ajena hace que abra la puerta.
Así que diez minutos más tarde ya estoy montada en su coche. Yo voy protestando y Berta, sin escucharme, va cantando, en plan karaoke, aquello de “A quien le importa lo que yo haga”. A mí me importa lo que haga, está fatal. Su barriga va creciendo inmensamente y el “virus” ya sabemos que es UNA VIRUS.
Dice Berta que su hija tendrá el mismo “glamour” que ella (que es mucho) y que por eso es imprescindible que, ya desde su barriga, sienta que hay que cuidarse y acudir a la “esteticiene”, a los “spas”. Que tener la manicura y la pedicura bien hechas, es fundamental para poder pisar con garbo por la vida.
Cada día me da más miedo. Berta empieza a darme miedo. Intento disuadirla de meternos en estas termas árabes que dice ha descubierto. No me apeteces nada. Tengo frio y sólo tengo ganas de tomarme un café y encerrarme en casa. Pero no hay manera, dice que la “virus” tiene que tomar sus primeras lecciones. Así que me obliga a entrar en su nuevo “spa” favorito, a despelotarme y vestirme un esponjoso albornoz a la espera que unas impresionantes señoritas nos lleven por un circuito que, no es por nada, bien valen los euros que nos han cobrado.
Debo reconocer que salgo como nueva. Me he pasado tres horitas entre vapores, aceites y me siento renovada. Al salir, para compensar, Berta ha accedido a recomponernos también el alma y el intelecto: Un café en la cafetería de la FNAC mientras ojea el “Marie Claire”.
Manda güebos.
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