domingo, 2 de enero de 2011

LA VIDA Y LA NADA


Nada.(Del lat. [res] nata, [cosa] nacida). 1. f. No ser, o carencia absoluta de todo ser. 

Algunas cosas pueden parecer nada y lo son todo. Sólo hay que saber ver. Aprender a apreciar lo menudo y a despreciar lo que sólo hace bulto es fundamental. Por lo general, nada que parece grande ni que reluce en exceso tiene gran validez. Lo bueno, lo que vale, es aquello que sin grandes destellos lo llena todo y eso, aunque no lo parezca, es difícil de tener.

Anita Noire


*Nota 11 de septiembre de 2021: Después de recibir distintos correos avisándome de que se está extendiendo por internet que el texto que aparece en este post pertenece a la novela Nada de Carmen Laforet, me he visto en la necesidad de aclarar que el no es así. El texto que precede al fragmento que se acompaña  es  solo es una reflexión propia de la autora de este blog. Cambiar el título de mi propia entrada y aclarar este extremo, para evitar seguir en la confusión que se va extendiendo, es casi una necesidad.  Esta confusión, que no deja de ser un halago concreto para mí, es un misterio más de la vida en internet que pone de manifiesto la necesidad de cuestionar lo que las redes  ofrecen. 
 

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"Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado, y no me esperaba nadie. Era la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario, me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. La sangre, después del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas entumecidas y con una sonrisa de asombro miraba la gran Estación de Francia y los grupos que estaban esperando el expreso y los que llegábamos con tres horas de retraso. El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí un gran encanto, ya que envolvía todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis sueños por desconocida. Empecé a seguir –una gota entre la corriente- el rumbo de la masa humana que, cargada de maletas, se volcaba en la salida. Mi equipaje era un maletón muy pesado  -porque estaba casi lleno de libros- y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación. Un aire marino, pesado y fresco, entró en mis pulmones con la primera sensación confusa de la ciudad: una masa de casas dormidas, de establecimientos cerrados, de faroles como centinelas borrachos de soledad. Una respiración grande, dificultosa, venía con el cuchicheo de la madrugada. Muy cerca, a mi espalda, enfrente de las callejuelas misteriosas que conducen al Borne, sobre mi corazón excitado, estaba el mar. Debía parecer una figura extraña con mi aspecto risueño y mi viejo abrigo que, a impulsos de la brisa, me azotaba las piernas, defendiendo mi maleta, desconfiada de los obsequiosos “camàlics”.
Recuerdo que, en pocos minutos, me quedé sola en la gran acera, porque la gente corría a coger los escasos taxis o luchaba por arracimarse en el tranvía. Uno de esos viejos coches de caballos que han vuelto a surgir después de la guerra se detuvo delante de mí y lo tomé sin titubear, causando la envidia de un señor que se lanzaba detrás de él desesperado, agitando el sombrero. Corrí aquella noche, en el desvencijado vehículo, por anchas calles vacías y atravesé el corazón de la ciudad lleno de luz a toda hora, como yo quería que estuviese, en un viaje que me pareció corto y que para mí se cargaba de belleza. El coche dio la vuelta a la plaza de la Universidad y recuerdo que el bello edificio me conmovió con un grave saludo de bienvenida. Enfilamos la calle Aribau, donde vivían mis parientes, con sus plátanos llenos aquel octubre de espeso verdor y su silencio vívido de mil almas detrás de los balcones apagados. Las ruedas del coche levantaban una estela de ruido, que repercutía en mi cerebro. De improviso sentí crujir y balancearse todo el armatoste. Luego quedó inmóvil- -Aquí es- dijo el cochero. Levanté la cabeza hacia la casa frente a la cual estábamos. Filas de balcones se sucedían iguales con su hierro oscuro, guardando el secreto de las viviendas. Los miré y no pude adivinar cuáles serían aquellos a los que en adelante yo me asomaría. Con la mano un poco temblorosa di unas monedas al vigilante, y cuando él cerró el portal detrás de mí, con un gran temblor de hierros y cristales, comencé a subir muy despacio la escalera, cargada con mi maleta. Todo empezaba a ser extraño en mi imaginación; los estrechos y desgastados escalones de mosaico, iluminados por la luz eléctrica, no tenían cabida en mi recuerdo.
Ante la puerta del piso me acometió un súbito temor de despertar a aquellas personas desconocidas que eran para mí, al fin y al cabo, mis parientes y estuve un rato titubeando antes de iniciar una tímida llamada a la que nadie contestó. Se empezaron a apretar los latidos de mi corazón y oprimí de nuevo el timbre. Oí una voz temblona:
“¡Ya va! ¡Ya va!”

Nada (fragmento)- Carmen Laforet 




6 comentarios:

  1. Un año nuevo, listo para estrenar. Gracias por recordarnos cómo mirarlo.

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  2. Feliz año Teresa. Gracias por seguir este blog.

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  3. Este libro de Laforet, que ganó el Nadal, es magnífico.Yo leí después La isla y los demonios, pero ya carecía de la frescura y espontaneidad de Nada. Nada, se ve que la escribió de un tirón y en estado de gracia, sin preocuparse de normas y de etiquetas, lo que demuestra que escribir no es un oficio.Es una novela llena de ternura y extraña psicología .

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  4. Es una novela deliciosa que nadie a quien guste leer debería perderse.
    Feliz día Kenit

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  5. Magnífica novela! El fragmento al inicio es hermoso, ¿a quien pertenecen tan bellas palabras?

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