BCN. Estación de ADIF. 07:15 horas. Tengo que desplazarme a la provincia de Tarragona. Subo a mi tren. Con la vista, como el escáner de Afrodita A, busco un asiento libre, alejado de la muchedumbre. Misión imposible, está hasta la bandera. Miro a mí alrededor y busco un asiento a poder ser cerca de la salida, a poder ser al lado de la ventana, a poder ser con mesita incorporada y a poder ser sin vecino. A poder ser, a poder ser…pues no va a poder ser.
Me siento en el único lugar que encuentro junto a una ventana, no es por el gusto paisajístico, es por colgar el abrigo en esa cosita que no aguanta un suspiro y pretende ser un colgador de diseño. Cutre diseño.
Me siento en un asiento de a cuatro. Amontono las cosas como puedo y una vaharada de calor espeso me sacude como una bofetada El termómetro indica 9 grados en el exterior, pero aquí dentro estamos en el Caribe, o en la mimísima caldera del diablo. Puede que en breve pasen los azafatos y en lugar de auriculares nos den piña colada. Creo que empiezo a delirar.
Frente a mí, un hombre entierra la cabeza en su portátil, su vecino en un periódico deportivo y yo he empezado a tirar del cuello del jersey que visto para ver si entra algo de aire. A mi lado, un ejecutivo de medio-pelo y de after-shave de litro. Lo de medio-pelo es meramente descriptivo, apenas le queda cabellera pero el tipo no para de pasarse la mano como si tuviera el mato-grosso coronando su cabeza. Debe ser por el calor, o por ese gesto que algunos creen que les convierte en George Clooney por arte de birlibirloque. Me recuerda a Anasagasti con unos años menos.
Empiezo a marearme. El calor, los efluvios de mi vecino medio-pelo y las ganas de pegar la hebra de mi compañero de bancada, empiezan a nublarme la vista. ¿A dónde va? ¿Puedo tutearla? ¿De verdad te gustan los rusos? ¿Te apetece un café? No puedo más. Una basca empieza a subir por mi estómago, trepa hasta el esófago y, como siga subiendo, la cosa se va a poner complicada.
Le pido a medio-pelo, que no deja de hablar, que me deje salir, tengo una urgencia. Necesito un aseo, una ventana. No hay. Aseo cerrado, ventanas selladas. Recorro pasillo arriba, pasillo abajo a ver si se me pasa.
Mis ojos empiezan a parecer a los de Bette Davis en pleno ataque de conjuntivitis. Tengo que soltar el coctel molotov que llevo dentro. Medio-pelo acude al rescate. Me entrega una bolsa de supermercado para que alivie mi infierno mientras, condescendientemente, pontifica con un: al final todas necesitáis un hombre.
Por un segundo dudo entre potar en la bolsa o en sus feos zapatos. Duda resuelta, ahora el que busca el baño es él.
06. kim carnes -
A mi me hubiera gustado ir contigo en ese asiento de cuatro.
ResponderEliminarUn abrazo. Buen día.
Acostumbro a ser buena compañera de viaje, o eso dicen. Feliz día.
ResponderEliminarLo tenía merecido. Así, sus zapatos iban a juego con su cerebro...
ResponderEliminar;-)
Efectivamente, querido Watson
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Juasssssssssssss, es que de leer estoy por potar hasta hoy. Magistralmente descriptiva ¡¡¡
ResponderEliminarAyyy, la pota, ¿qué tendrá la pota?
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