Creyó que había golpeó la puerta más de mil veces. Al primero estruendo, se tapó los oídos con las manos. El ruido continuó llegando amortiguado por la sucesión de puertas cerradas y la presión de las palmas contra los tímpanos. Se sentó frente a la ventana, empezó a tararear y esperó.
No oía nada, pero sabía que seguía allí. Lo sabía. Los codos apoyados en las piernas, la cabeza entre las manos y los pies apoyados en las puntas. Volvió a empezar, arrastrando sílaba tras sílaba.
Podría pasar así la eternidad, esperando, repitiendo una estúpida canción, con los pies adormecidos por el incómodo gesto.
Vio cerrarse el día y fue incapaz de apartar las manos ni un segundo para recuperar una postura menos terrible. Estuvo así durante horas.
No ceder al cansancio ni al desespero para que se alejara de la puerta.
No le oyó. No oyó nada. Sintió como unos dedos le levantaban la barbilla hasta conseguir que le mirara a los ojos. Ante ella tenía inclinada a la Nada. Le cogió las manos, las apartó de sus oídos .
No comprendió lo que ella murmuraba. Cree que fue entonces cuando ya no le importó nada, ni siquiera morirse. Pero los muertos no se mueren.
Wagner -
Pintura: Edvard Munch (Weeping nude)
Sólo los vivos quieren morirse.
ResponderEliminarAlgunas veces querer morirse es un mecanismo de defensa.Sólo el gran dolor pide la muerte, porque el dolor en si mismo es la muerte real y patente.
Un abrazo
Desgarrador.
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