jueves, 24 de marzo de 2011

EL TRAMPOSO GORRO DE CARLITOS


Desde hace unos meses vive dos pisos por encima del mío. Esta noche ha tirado por la ventana su gorro de lana. Ha aterrizado sobre la mesa de la terraza. Lo veo posado, con la borla respingona, es como una señal. Salgo a la terraza, miro hacia arriba y veo a Carlitos sentado en el balcón. Tiene las piernas y los brazos cruzados. Chisto un poco, para que mire hacia abajo. No lo hace, mueve la cabeza negando con el gesto. Le llamo por su nombre y le digo que  tengo su gorro, que si baja a buscarlo o si quiere que se lo suba.
No se mueve. No pronuncia ni una sola palabra. Me va a tocar subir y llevarle el gorro.
No hace frío pero lo necesita, eso lo sé.  Por eso,  vuelvo a colocarme los zapatos y subo a su piso.
Oigo voces a través de la puerta. Me da apuro tocar al timbre pero mientras dudo si dejar el gorro colgado en el picaporte, Clara abre la puerta. Me ha oído llegar, el ascensor  de esta comunidad no es nada discreto, sabemos de las idas y venidas de unos y otros por los ruidos del elevador. Así que, sin quererlo,  me encuentro con una madre desesperada que me pide que entre a ver si puedo arrancar a Carlitos del balcón.
Pienso que menudo lío, lo cansada que estoy, que sólo tengo ganas de darme una ducha, ponerme el pijama y sentarme a pasmar. Pero veo a Carlitos, con la cabeza entre las piernas, no está bien, lleva dos horas al raso.  Me siento a su lado y le digo que tengo su gorro, que si lo quiere. No dice nada. 
El suelo está frío pero en el balcón no hay sitio para una silla, menos para dos, así que resisto estoicamente. Estamos callados. Carlitos ya no llora, ahora sólo se acuna entre sus brazos y sus piernas.
No sé cuando rato llevamos sentados. A mi me parece una eternidad, pero no puedo marcharme dejándolo en el balcón. No sé porqué me obligo a quedarme.
Miro a Carlitos y  tal vez sea por solidaridad mal entendida pero, sin quererlo, me encuentro secando, con el dorso de la mano,  los primeros vestigios de unas lágrimas que me esfuerzo en parar porque no responden a nada.
Aguanto en la mano el gorro de Carlos. Menudo panorama. Inspiro hondo y me repito que basta, que si estoy perdiendo el juicio.  Noto como pasa el brazo por el hombro, me da un beso ruidoso en la mejilla y me pide que no llore. A veces pienso que este chico tiene un radar.  Se pone el gorro y me coge de la mano. Carlitos es down, tiene 18 años. Me cuenta que llora por su chica, Sara. Llora porque mañana cambia de centro de día. Me lo cuenta entre lloros, de nuevo. Su chica se puso triste y lloró todo el día y ahora sí que ya no puedo evitarlo. Parecemos dos tontos en apuros, llorando a mares en un balcón en el que ahora ya hace un frío que pela.
Y yo, yo no sé porque lloro, puede que porque Carlitos se ha quedado sin chica, porque no tengo gorro, porque se me enfrió el trasero mientras acompañaba a Carlitos, porque aún tengo que ducharme, preparar la cena y volver al mundo de los adultos. 
Bajo en el  ascensor y el espejo de la cabina me recuerda que mis cromosomas están en orden, pero mis problemas, al menos esta noche, son más absurdos que los de Carlitos.
Esta primavera me está matando y sólo llevamos dos días. 

8 comentarios:

  1. Realidad o ficción, Anita? Me da igual...He vivido situaciones así en el trabajo...

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  2. Y la realidad, casi siempre, termina superando la ficción.
    Besos Eduardo.
    Pd. Dime que al final saliste a hacer muchas fotos...

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  3. Si conseguiste aliviar, aunque fuera un instante, la desazón de Carlitos, ya puedes dar por buena toda la primavera ;-)

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  4. Gracias a todos por leer.
    Edu (+claro), la vida tiene estas cosas te llaman para que consueles y te acaban consolando. Al final la primavera siempre es buena,

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  5. ...los espejos de los ascensores no fallan nunca... muy bueno...

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  6. Pues no Rafa, no fallan nunca. Por eso, a poco que puedo, me miro siempre, aunque sea de reojo para ver que es lo que me devuelve.
    +bss

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