En política es pot fer tot, menys el ridícul.
Josep Tarradelles
De los nacionalismos nunca ha salido nada bueno. No es
necesario relatar ni uno solo de los hechos que se han sucedido a lo largo de la
historia de la humanidad para que la afirmación que ahora realizó quede más que
probada. Vivimos momentos convulsos de los que nadie ni nada, al menos aquí, va a
salir ileso. La fractura social es un hecho más que constatado. Los nacionalismos jamás se basaron en la razón y discutir con
alguien que no razona es absolutamente imposible. Cuando manda el hígado la
locura puede estar servida y todo es posible. Es por eso que en estos casos
incluso las matemáticas dejan de ser una ciencia exacta para convertirse en la
arbitrariedad de que lo mayoritario sea lo minoritario y viceversa; que los
procedimientos normales se convierten en extraordinarios y contravenir la
legalidad una forma de hacer política. La victimización como sistema es también
una de las artimañas nacionalistas que con mejor empeño utilizan los afectos a
tal ideología. Hace algún tiempo que se acuñó la idea de que Catalunya era un
oasis ahora, sin lugar a duda, podemos decir que Catalunya es una auténtico manicomio,
en el que la mayoría de la ciudadanía se ve obligada a guardar silencio frente
a una minoría (importante, sí) que vocifera e
intentar impone su voluntad por cojones pete a quien pete. Ya veremos cómo
termina todo este sainete en el que no hay más salida que sentarse a hablar sin ningunear a ningún interlocutor porque, de no ser así, esto puede terminar como el rosario de la aurora.