Arrastro los pies por toda la casa, desobedeciendo reglas no escritas. Cuando uno camina los levanta, los coloca uno delante del otro para avanzar. Los pies no se arrastran. Pero me muevo fatigosamente. El bochorno emborracha el día. Los pies descalzos. El suelo templado y una permanente sensación vértigo invita a tumbarse. Me agacho y apoyo las manos sobre las baldosas, como si les tomara la temperatura. El calor asciende por los brazos, por las venas corre el mercurio. Palpo las losas sin mirarlas, necesito inclinar la cabeza, apoyar la frente en el suelo.
Siento el roce de la cadena. Coloqué el pasado alrededor del cuello invitándome a sentirle de nuevo. Un delirio que justifico pensando que, cuando el frio vuelva, desaparecerá y quedará escondido, una vez más, en una triste caja de latón. Pero la calima volverá y las baldosas me recordarán que sigue ahí, fundido en las juntas de mi suelo, ese que pisó.
© Fotografía: The Muka Shop (Tempus fugit)
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