Sentada en la esquina de la cama, coloca sus medias con cuidado. Dobla la punta del pie y la desliza delicadamente, subiéndola hasta el muslo. La sujeta y suspira. Repite los movimientos.
Por la ventana, apenas cubierta por una cortina inmóvil, se cuela el rumor de una calle sedienta.
La calima se extiende por la habitación devolviéndole un rastro de ausencia. Desierto entre paredes.
El silencio y el calor lo aplastan todo.
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