Me siento en la mesa frente al papel en blanco. Tengo que hacer una lista con dos columnas, una con los “pros” y otra con los “contras” de mi vida, separando los unos de los otros mediante una línea vertical muy recta. Entiendo lo de las dos columnas, que debe ser para que unos no se den de leches con los otros, incluso lo de la línea, pero no comprendo que deba ser “muy recta”. Cosas de mi psiquiatra. Dice que la línea recta es fundamental. Yo no lo comprendo.
Hoy llevo sentada más de tres horas, un paquete de cien folios marca galgo agotado, la escuadra y el cartabón para trazar la recta, y la plumilla de mi estilográfica malograda a fuerza de repicarla sobre el papel. Aún no he escrito una palabra.Sólo he conseguido hacer unos manchurrones de tinta. Son feos pero bien podrían servir para hacer uno de esos test que a veces mi psiquiatra me pasa para que le diga que veo, y yo siempre veo lo mismo, murciélagos.
Mi psiquiatra es un tipo sin igual. Al principio, tras la primera sesión me indicó que debía hacer esa lista pero yo, de natural indisciplinado, no la hice. Llevamos más de veinte visitas y sigo sin hacerla. El pobre avance en la recuperación de mi estado mental le ha llevado a ordenarme, por prescripción facultativa, hacer la lista de marras bajo amenaza de no dejarme entrar de nuevo en su consulta si no voy con la listita. Y aquí estoy, cargándome todo el material de oficina que he comprado en la papelería que hay en la esquina de mi casa para llevara a cabo tan gorda tarea. Sin embargo, aún no he conseguido escribir nada.
Me aterra no volver a ver a mi psiquiatra ¡mira que si no me deja entrar!. Se ha convertido en un pilar fundamental en mi vida, en mi hombre fundamental. Nos vemos todos los lunes. Ir a verle es como ir a tomar el té con un señor muy educado que escucha muy atento las cosas que le cuentas, como si le interesaran mucho. Su voz calmosa me relaja y su cara de palo me da tranquilidad. Al inicio de la visita siempre me sirve un té estupendo con unas galletitas danesas que no tienen parangón. Claro que ya puede, sus visitas me están costando un riñón. Me gusta mi psiquiatra, incluso cuando frunce el ceño al oir mi diatriba mental, por eso hoy he decidido esforzarme e intentar hacer las listas dichosas y ganármelo una vez más.
Hoy es lunes, una fiesta. Apenas me queda media hora para poder terminar la tarea encomendada. No dispongo de más tiempo, tengo que escoger mis mejores galas y acercarme a la peluquería. Sí, sí, todos los lunes voy a la peluquería antes de visitarle, me arreglo estupendamente para estar hecha una reinona en el diván. Divina hasta la muerte. Así que voy a la peluquería donde me dejarán una cabellera estupenda, todo para que, cuando apoye la cabeza en ese tálamo de cuero, la melena se expanda como si fuera la cola de un pavo real.
Me mira con cara de palo pero me consta su deslumbre, lo veo en el cristal de sus gafas. Inclina la cabeza y el reflejo del flexo me indica que no es indiferente.
Dice mi psiquiatra que padezco un desorden compulsivo de la personalidad, pero yo no lo creo, en realidad pienso que se ha enamorado de mí desde el primer momento en que me vió sorber el té y comerme sus galletitas. Sé que las listas y la prolongación de sus visitas son sólo pretextos para seguir gozando de mi singular compañía. Sin embargo, este lunes le voy a sorprender, su poderío sobre mi persona es tal que finalmente he conseguido que llevara a cabo la titánica tarea de confeccionar la lista. Así que hoy, llevo las dos columnas bien preparadas y dos cosas escritas: en los pros: amo a mi psiquiatra y en los contras: odio a morir a mi psiquiatra. Todas una declaración de amor. Espero que me siga poniendo el té.
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