Esta mañana, como viene siendo habitual, me he dirigido a por el periódico previa escala en la cafetería de al lado de casa, para tomarme el primer café que caerá a lo largo del día. Tengo un día optimista y de los denominados “felicianos”, pese a que esta tarde, aún siendo sábado, me toque tener que trabajar. No sé si tengo motivos para tanta edulcoración mental o si esta sospechosa alegría es algo así como lo del famoso “canto del cisne”. Ya se sabe aquello de que el cisne emitía el más melodioso de los cantos como premonición de su propia muerte. En mi caso, no creo que presagie una muerte inminente pero, ¡miedo me da!, pues es posible que anuncie la llegada de una estruendosa tormenta visto los nubarrones de impresión que circulan últimamente por estos lares. Pero eso, en todo caso, será mañana, hoy desde luego no.
Hoy tengo un día estupendo, física y mentalmente. Tengo el guapo subido y en cuando a lo otro, creo que hoy he sido educadísima con todo el mundo, no he puesto una mala cara a nadie, no he alzado la ceja poniendo cara de incredulidad, no he bajado el tono de la voz (eso es raro, cuando me caliento, me baja el tono de voz, es como si hablara con el último botón que me cierra la camisa) y mi florista, a la que no le hacía ninguna adquisición últimamente, me ha encasquetado un ramo enorme crisantemos blancos gigantes y un ficus que es más alto que yo. En casa ya nada les extraña, de hecho, nada más verme llegar por la puerta he sido recibida con un jocoso “tu relación con la floricultura ornamental es proporcional a tu estado de ánimo, cuanto mejor es tu día más grande es la maceta”. Puede ser que así sea, no lo sé.
He dejado el tiesto en el salón, las flores en un inmenso jarrón y a los de casa haciendo sus cosas. Me he escapado a desayunar con mi amiga Berta. Que buen rato, como siempre. Hoy ha sido un día de confidencias, hacía semanas que no charlábamos, que no teníamos noticias mutuas más que a través de correos electrónicos siempre escritos deprisa y corriendo. Como últimamente me tenía abrumada con sus historias, ella ha decidido, unilateralmente, que hoy me correspondía a mí dejarla patidifusa. Vaya si lo he hecho, se ha tomado con el café el último estado de ésta, “mi nación”, y la he dejado muerta. De hecho al despedirse se ha llevado con ella una media sonrisa desencajada, una tos nerviosa y un diagnóstico hacia mi persona que me reservo.
Sin embargo, hoy estoy feliz como una perdiz. Así que esta tarde volviendo de comer en un esplendido sitio al ladito del mar, con un frio atroz metido en el cuerpo (la humedad empieza a matarme), antes de ponerme a trabajar, he vuelto a entrar en la floristería, no he podido resistirlo, una inmensa orquídea blanca me llamaba con sus deditos invisibles, pidiéndome a gritos “llévame a casa”.
Pd.: Ahora misma la orquídea descansa en esta mesa y me acompañara durante esta tarde de aciago trabajo, de manera que cuando me entre la ñoña la miraré para recordarme que hoy es un buen día.
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