Se sientan en la única mesa redonda que hay en el comedor. Forman un cuadro sin igual, cinco mujeres a cada cual más distinta. No son las protagonistas de “Sexo en Nueva York”, ni de “Las Chicas de Oro”, pero desde luego forman una cuadrilla sin par. Cinco mujeres sin parecido alguno, a cual más distinta. Media de edad, por encima de la media, hechuras discutibles, alturas variadas, aspectos variopintos, risas todas las del mundo. Así que una noche más, han aparcado esa vida que tienen durante el día y se transforman en una banda fenomenal, chisposa y divertida. Nunca dejan aviso de a dónde van, nunca fijan hora de vuelta y nunca dejan de celebrar que son unas auténticas chicas L’Oreal, simplemente “porque ellas lo valen”.
Bailan las copas de vino, las risas emergen sin parar, parece que no se agotan. Jornadas interminables noches sin fin, el insomnio instalado en cada una de ellas. Las conversaciones no tienen desperdicio. ¿Dónde han quedado los problemas? Pues dentro de los bolsos, guardados en el guardarropía, al lado del cuarto de baño. Si tienen suerte, las contrariedades saltaran tras adoptar vida propia, se cogerán todos de la manita, y unidos unos a otros, saltaran a la taza del wáter, donde quedarán flotando hasta que la caritativa mano del camarero los mande de viaje a fuerza de tirar de la cadena del inodoro.
Y así, desaparecidos los problemas, empiezan los planes. El viaje a Budapest que lleva gestándose desde hace meses. Las risas recordando la última escapada (en Scotland aún se acuerdan de ellas). Llegan los primeros ataques de tos por la acumulación de taninos y el exceso de humo en el ambiente. Suena un móvil, maldita sea: - es el tuyo, no, no, el mío esta en el bolso; es el suyo, no, no, yo no lo traigo; ¿pero de quiénes?. Es el de ella, se levanta y abandona la mesa. Se hace el silencio, parece ser que uno de los problemas no se suicidó ahogándose en el agua del retrete. Apenas unos diez minutos más tarde, vuelve a la mesa, viene de la calle, las mejillas coloradas y frías. Está llegando el invierno. Una sonrisa de oreja a oreja y una mirada que para nada conjuga con aquella. Mala cosa. Se sienta, coge la copa, la alza al aire, espera que el resto alcen las suyas y sin pensarlo dos veces entona aquello de “Bebe que la vida es breve”.
Cuando se levanten, de madrugada, para volver a las monótonas y maratonianas jornadas que viven, cuatro tendrán ronquera por el humo y el vino, una por la panzada de llorar que se dio al llegar casa. Mañana los móviles y los mails echaran humo sin solución de continuidad, todo para recordarle que ella (la que continuamente les recuerda que las quiere: a una por la mala leche que gasta contra el que las pueda menospreciar; a otra, porque siempre está dispuesta a ejercer de “psico-loca” sin pedirle consulta, sea la hora que sea; a otra, porque siempre está aunque esté en la otra punta del mundo; y a la cuarta, porque no se dejó morir en el último envite que le dio la vida), precisamente ella es la más L’Oreal de todas. Mañana mismo, a todas horas recibirá continuos mensajes que le recordaran que, aunque no es Carmen Maura, a nadie mejor que ella le pueden decir aquello de “nena tu vales mucho”.
Bailan las copas de vino, las risas emergen sin parar, parece que no se agotan. Jornadas interminables noches sin fin, el insomnio instalado en cada una de ellas. Las conversaciones no tienen desperdicio. ¿Dónde han quedado los problemas? Pues dentro de los bolsos, guardados en el guardarropía, al lado del cuarto de baño. Si tienen suerte, las contrariedades saltaran tras adoptar vida propia, se cogerán todos de la manita, y unidos unos a otros, saltaran a la taza del wáter, donde quedarán flotando hasta que la caritativa mano del camarero los mande de viaje a fuerza de tirar de la cadena del inodoro.
Y así, desaparecidos los problemas, empiezan los planes. El viaje a Budapest que lleva gestándose desde hace meses. Las risas recordando la última escapada (en Scotland aún se acuerdan de ellas). Llegan los primeros ataques de tos por la acumulación de taninos y el exceso de humo en el ambiente. Suena un móvil, maldita sea: - es el tuyo, no, no, el mío esta en el bolso; es el suyo, no, no, yo no lo traigo; ¿pero de quiénes?. Es el de ella, se levanta y abandona la mesa. Se hace el silencio, parece ser que uno de los problemas no se suicidó ahogándose en el agua del retrete. Apenas unos diez minutos más tarde, vuelve a la mesa, viene de la calle, las mejillas coloradas y frías. Está llegando el invierno. Una sonrisa de oreja a oreja y una mirada que para nada conjuga con aquella. Mala cosa. Se sienta, coge la copa, la alza al aire, espera que el resto alcen las suyas y sin pensarlo dos veces entona aquello de “Bebe que la vida es breve”.
Cuando se levanten, de madrugada, para volver a las monótonas y maratonianas jornadas que viven, cuatro tendrán ronquera por el humo y el vino, una por la panzada de llorar que se dio al llegar casa. Mañana los móviles y los mails echaran humo sin solución de continuidad, todo para recordarle que ella (la que continuamente les recuerda que las quiere: a una por la mala leche que gasta contra el que las pueda menospreciar; a otra, porque siempre está dispuesta a ejercer de “psico-loca” sin pedirle consulta, sea la hora que sea; a otra, porque siempre está aunque esté en la otra punta del mundo; y a la cuarta, porque no se dejó morir en el último envite que le dio la vida), precisamente ella es la más L’Oreal de todas. Mañana mismo, a todas horas recibirá continuos mensajes que le recordaran que, aunque no es Carmen Maura, a nadie mejor que ella le pueden decir aquello de “nena tu vales mucho”.
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