viernes, 17 de febrero de 2012

HAZ Y ENVÉS

 

Alguien me comentó que era un tipo extraño. A mí me daba igual. Necesitaba encontrar una habitación para estar un par de meses, tres a lo sumo. Estaba de paso y no tenía intención de quedarme en la ciudad.

Un piso en el centro, por ese precio, era una ganga. Entré en el portal, era amplio, luminoso. Decidí subir a pié y comprobar si aquello era simple apariencia que se desmoronaría en el primer piso. A medida que fui subiendo, las paredes empezaron a amarillear y una ligera pátina de polvo cubrió el pasamano. Me limpié  la mano frotándola contra la pernera de mi pantalón  y descubrí que  esa dejadez, un tanto decadente, que se asomaba por los desconchones de la pintura, era lo que en ese momento quería.
Cuando alcancé el rellano, me faltaba el aliento. Con todo, me sentí bien. Respiré hondo y le vi esperándome apoyado en el marco de la puerta. Un tipo de mediana edad, pelo desordenado y un jersey roído, manchado de pintura. Me estrechó la mano con fuerza. El contraste entre la energía de la encajada y la suavidad casi femenina de la piel, me resultó familiar.

Me cedió el paso y entré. Un aire cálido, casi pegajoso, me rodeó mientras avanzaba por un pasillo tan estrecho que apenas me permitían abrir los brazos en cruz. Era extraño pero reconfortante. Había encontrado mi sitio, aunque fuera por un mes, por un día, por unos segundos. Entre esas cuatro paredes me anclaría, de nuevo, al mundo. Llevaba demasiado tiempo en una zozobra personal que me hacía extrañar continuamente sitios en los que no  había estado nunca, echar de menos a los que no tenía, a los que ni tan sólo conocía. Empezaba a desterrar la desconcertante sensación de no estar, de no ser.
Al final, una habitación perfectamente distribuida.  A un lado, frente al ventanal, un caballete tapado con una lona. Sentí curiosidad, no podía apartar la vista de lo que imagine sólo podía ser un retrato. Un retrato de mujer. Pero no pregunté,ni hice el menor gesto por acercarme.
No había dejado de observarme desde que aparecí por la escalera y aún así, no me molestó.
Me acompañó hasta la que iba a ser mi habitación. Por un momento pensé en la curiosa distribución de la casa. Un angosto pasillo que daba una habitación rodeada de puertas como si fuera un acertijo. Una de ellas era la mía,
Tras la puerta, un cuarto espacioso, un ventana, una cama y poco más. Demasiado, incluso, para quien no tiene nada. No necesitaba más.
Me dejó en mi nuevo espacio y cerró la puerta. Oí la puerta de la calle y unos pasos que se alejaban. Me senté en la esquina de la cama, miré por la ventana y vi mi reflejo doblado en el cristal. 
Me giré hacia la pared que tenía a mi espalda y allí, colgado, mi propio retrato. Una acuarela envejecida por el paso del tiempo en la que sin duda me reconocí. Yo, en un tiempo que no existí, o tal vez sí.
No me extrañó, aún no sé por qué. Esa pintura podía tener mis mismos años. Había llegado con el alma descascarillada y allí, en un lugar en el que no había estado jamás, sentí que empezaba a recomponerme por dentro.
Salí de la habitación y me acerqué hasta el caballete. Levanté la lona y me vi, sentada en la esquina de la cama, mirando por la ventana.
Intenté no preguntarme nada, sólo me senté y fumé.

Concha Buika - No Habra Nadie En El Mundo


 

2 comentarios:

  1. Esasa habitaciones, aunque en un principio te solucionan el problema, al final suelen ser muy tristes, y te comen el alma.Buen relato.

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  2. Mejor así, sin preguntarse vivir el momento....

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