Dispongo de veinte minutos para comer. No tengo apetito. Pienso en la cantidad de gente que en este momento estará abriendo el frigorífico de su casa buscando algo que llevarse a la boca con la urgencia del que siente el estómago vacio. No tengo hambre. Dejé de tenerlo un día que en, pleno mes de julio, granizó. Sobre mi caían piedras del tamaño de una nuez con la fuerza que da la explosión de los casquetes polares. Ese día, el mundo reventó, se dio la vuelta. Por eso, vivo en las antípodas de mi misma. No me importa. Desde entonces no tengo hambre. Mi refrigerador sólo guarda escarcha.
Swing Out Sister -
Igual un día de estos graniza de ese lado y vuelves a ser la misma.
ResponderEliminarNo lo sé. En las antipodas no graniza.
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