Respiro,
y el aire en mis pulmones
ya es saber, ya es amor, ya es alegría,
alegría entrañada
que no se me revela
sino como un apego
jamás interrumpido
-de tan elemental-
a la gran suceción de los instantes
en que voy respirando,
abrazándome a un poco
de la aireada claridad enorme.
Vivir, vivir, raptar -de vida a ritmo-
todo este mundo que me exhibe el aire,
ese -Dios sabe cómo- preexistente
más allá
que a la meseta de los tiempos alza
sus dones para mí porque respiro,
respiro instante a instante,
en contacto acertado
con esta realidad que me sostiene,
me encumbra,
a través de estupendos equilibrios
me supera, me asombra, se me impone.
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