Remueve su café con leche, poco a poco. Siempre en vaso, nunca en taza. Le miro las manos. Hace ya muchos años empezaron a llenarse de esas manchas con las que la vida tizna la piel.
Con la mano izquierda, sujeta con fuerza el vaso, como si quisiera evitar que se le escapara del plato por la fuerza centrífuga de una cucharilla. Pero sé que lo hace para evitar que vea que le tiembla el pulso (sabe que eso me preocupa). En su mano derecha, dos alianzas. La suya y la de mi padre.
Lleva media hora hablado sin parar. Sus movimientos ya son torpes pero no así su cabeza, ni su discurso. Dice que se ha hecho mayor, pero que no le pesan los años vividos, que lo que le pesa es que ahora sabe los que ya no va a vivir. No me gusta cuando habla así, aunque sé que tiene razón.
Pide una ración doble de churros. Estoy a punto de decirle que no puede tomarlos, que ya sabe que no debe. Me callo. Hoy es su día. Dice que es más sabia que ayer, que ahora ya sabe que le queda menos que más, pero que ese menos lo va a disfrutar de lo lindo. No voy a ser yo quien le fastidie la determinación, ni el disfrutar de las cosas que le gustan. Me ofrece uno, le digo que no, ya sabes que estoy a dieta. Me mira con ojos socarrones mientras devora el que corona la cima de la montaña del enorme plato de fritanga. Me contesta que yo me lo pierdo. Lo sé.
Apuro el café y ella sus churros. No tenemos tiempo que perder. Ella, porque sabe que le queda poco; yo porque no quiero que, ese "poco" que ella cree, se me pase sin pena ni gloria. Tenemos muchas cosas que hacer.
Hoy tenemos una fiesta. Celebramos su día. Ella disfrutando con todo y los demás, aprendiendo la lección.
Felicidades mamá.
louis armstrong -
Pues que eso que queda sea eterno.
ResponderEliminarFelicidades a la señora de los churros.
De tu parte G. Feliz fin de semana
ResponderEliminarEsos momentos que compartes, y que parecen intranscendentes, nunca se olvidan. Por cierto, la foto de los churros es estupenda. Dan ganas de comerlos. Un Abrazo, Anita
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