martes, 19 de julio de 2011

IRONIAS


Creemos conocer todo del que tenemos a nuestro lado. Supongo que por eso para Raúl fue una enorme sorpresa descubrir que, pese a que cada noche se acostaba conmigo, desconocía gran parte de mi vida. Nunca sospechó nada. Los martes, con el paso del tiempo, se habían convertido en "mi día”. Nunca preguntó nada y la rutina había adormecido las quejas de los principios. Por eso, los martes, todos y cada uno de ellos, acostaba a María, me vestía de manera aparentemente discreta y después de un beso acomodado en la rutina, cerraba la puerta aparcándole a él, aparcándolo todo.

Si la suerte existe, me acompañó casi siempre. Pisé los lugares más sombríos, las compañías más ingratas y siempre conseguí volver a casa olvidando lo que por unas horas me devolvía  la vida. Una vida que me pertenecía sólo a mí y que nadie, de conocerla, la comprendería. Regresaba a casa y borraba con la manga del abrigo cualquier rastro que mi boca pudiera delatar. Siempre era de la misma forma. Sin recuerdos, sin ayer, sin mañanas comprometidos.

Pero un cambio de rutinas cambió el curso de mi vida. El miércoles 15 de marzo, una fecha cualquiera, fue el principio del fin. Regateamos las horas, los minutos y finalmente acordamos donde encontrarnos. Caminé despacio mientras apuraba las últimas caladas de un cigarrillo que, como un ritual más, encendía cuando apenas me faltaban unos metros para llegar a “Sack’s”.  Saludé al portero con una leve inclinación de cabeza. Su mirada se perdió siguiendo mis pasos y sentí un escalofrío que me recorrió la espalda. 

Le encontré sentado en la barra. En la  mano sostenía un vaso medio vacío mientras del cenicero colgaba un cigarrillo que no se había desprendido de su ceniza. No le  había dado más que una inicial calada. Me saludó sin levantar la vista del vaso, pese a que acaricié su nuca como en otras ocasiones. Por su aliento supe que llevaba hora allí. Posé mi mano sobre su muslo buscando la cercanía que tenían nuestros encuentros. Busqué su boca y su saliva espesa me avivó el deseo.

Cerré la puerta y la atranqué con la espalda. Deslizó sus manos bajo mi falda, sin torpeza, pese a las copas, y entreabrió mis muslos buscando un sexo que ya le buscaba a él.  Mantuvimos un equilibrio imposible. Mis piernas en sus caderas, los brazos alrededor de su cuello y mi boca dentro de la suya. Sentí su rabia en cada embestida. Por eso, el golpe no fue distinto cuando me hundió, en el bajo vientre, un cortaplumas que ni siquiera había visto. La misma rabia, el mismo calor. Sentí su aliento contra mi cara y vi en sus ojos que estaba frente al propio demonio. Todo se volvió negro. 

Al día siguiente, me transformé en dos minutos en el noticiario de las nueve. "Aparece muerta una mujer en los baños del -Sack’s-. Se desconocen las circunstancias del crimen. Una muerte casual. Las actuaciones siguen bajo secreto de sumario".
©Fotografía naq

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