domingo, 30 de marzo de 2025
PERSPECTIVA
jueves, 20 de marzo de 2025
APORUE
Veo una Europa vieja y cansada que, con su mastodóntica burocracia, nos está dejando unas pasmosas muestras de ingenuidad y pasividad de las que no vamos a salir indemnes. Aun así, sigo creyendo que no podemos decaer en la idea de lo que queremos ser. En particular, anhelo una Europa fuerte, de valores sólidos, con una defensa hasta lo indecible de los principios democráticos sobre los que se ha construido y unas estructuras que no la conviertan en un mamut medio muerto.
Quiero seguir pensando, como dijo Steiner, y he repetido cientos de veces, que «Mientras haya cafés, la “noción de Europa” tendrá contenido», aunque en este momento, por soberbios y un poquito engreídos, nos toque tomarlo descafeinado y con el mundo cabeza abajo.
domingo, 9 de marzo de 2025
EL DIA DESPUÉS. 9 DE MARZO
- Ojalá llegue el día que no haya que conmemorar el ser mujer por el solo hecho de serlo.
- Ojalá llegue el día en que indocumentados e indocumentadas con ínfulas, y ganas de comer a base de subvención, dejen de darnos lecciones y de colocarnos en una permanente posición de víctima que no nos corresponde y que nos reduce a seres dependientes de las decisiones de otros y otras. A ellos y a ellas les deseo lo peor.
- Ojalá llegue el día en las cuestiones fundamentales, como la vida, la libertad y la seguridad, no necesiten ser explicadas, ni reivindicadas porque seamos capaces de reconocerlas y respetarla. Que podamos reclamar lo que por derecho somos, que además es nuestro y que sin ningún miedo podamos defenderlo, con uñas y dientes, con la fuerza de la ley y el convencimiento de lo nuestro. No bajar la guardia ante lo que quieren malearte el pensamiento.
- Ojalá llegue al día en que asumamos que los derechos conllevan obligaciones. Que tenemos responsabilidades y las decisiones que tomamos tienen consecuencias a corto, medio y largo plazo.
- Ojalá no olvidemos que delegar en una panza agradecida nunca es una buena decisión.
viernes, 28 de febrero de 2025
DIARIO 3.0
Acabo de confirmar que no estoy en el mejor momento. Una chiquita me ha dejado sentar en el autobús. Lo peor es que he aceptado el asiento. Menopáusica precoz agradece el gesto de la mujer menstruante. Todo llega, hasta los asientos libres.
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Puse la lavadora en un programa corto. Quería ponerme aquel jersey de lana que aún estaba en el cesto de la ropa sucia. Aproveche y puse alguna cosa más. Subí un pelín la temperatura. Horror, ahora puedo vestir a la Nancy y empezar a pensar en ir de compras.
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Pido lo de siempre. Un café solo, un vasito de agua (la de Madrid es la mejor del mundo) y unas tostadas con aceite. Quizá me faltó insistir en el “con aceite” no “bañadas en aceite". Al precio que va el aceite, podría revender el sobrante y forrarme.
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Hoy he soñado que nos volvemos a ver. ¡Qué alegría, qué ilusión! Quedamos en charlar durante la pausa. Se sienta en primera fila, yo en la cuarta o quinta. En lo que se supone que son dos horas después, levantó la cabeza y ¡Oh! Voló. Menuda estafa de sueño. He estado a punto de pedir la hoja de reclamaciones, pero no.
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domingo, 23 de febrero de 2025
LLUEVE SOBRE BERLÍN
Estuvo lloviendo toda la noche. El cielo se había ido ennegreciendo desde primera hora de la mañana y no había dejado de empeorar hora tras hora, hasta convertirlo todo en una mancha borrosa, indefinida y pegajosa. A esas horas, apenas había nadie en la calle y el sonido del viento atravesando las calles no hacía más que confirmar que esa mañana tampoco iba a ser gran cosa. Desde la ventana veía avanzar el tráfico de una manera lenta, casi quejumbrosa y se alegró, por primera vez, de no tener que salir a trabajar. El viernes le habían entregado la carta de despido, agradeciéndole los servicios prestados y reconociendo que, pese a la improcedencia de su destitución, su futuro más inmediato era la calle o, lo que para ella era peor, la incertidumbre de no saber qué iba a hacer con su vida ahora que todo había reventado. Al llegar a casa se descalzó junto a la puerta, dejó las llaves en el mueble de la entrada y se derrumbó en el sofá esperando que dieran las cinco para ir a recoger a Luisito.
Fue entonces cuando empezaron a
caer las primeras gotas y fue en aquel momento cuando pensó que no tenía que
apagar el móvil de trabajo porque lo había entregado. Ya nadie iba a molestarla
con no sé qué cosa de última hora. Le entraron ganas de vomitar y por un
segundo pensó en dejar que el cuerpo se aliviara allí mismo, pero corrió al
baño y depositó en el inodoro el desconcierto y el pánico a lo que venía.
Se miró en el espejo y el reflejo le devolvió la peor imagen de sí misma. Menudo panorama. Miró el reloj y pensó en lo despacio que pasa el tiempo en algunas ocasiones. Se lavó los dientes y se secó los labios con el dorso de la mano, arrastrando los restos de carmín que aún le quedaban. Con el pensamiento desordenado era incapaz de comprender qué había pasado. Pero ella misma se contestó, había pasado lo que siempre pasa, que a los peones se los meriendan antes de las seis. Si pudiera, colaría su mano en su interior y se arrancaría las entrañas. Caminó descalza hasta el dormitorio, se colocó la camisa por dentro de la cinturilla y se recogió el pelo. Volvió a mirar el reloj y recordó que Luisito estaría con su padre durante los próximos cinco días. No tenía nada que hacer, nada de nada. Apagó el teléfono, se sentó en la cama, abrió la mesilla de noche y, a la misma velocidad con la que tragaba un par de pastillas, se metió en la cama completamente vestida. Se fundió en negro.
Se despertó con la boca seca y un tanto desorientada. Bebió un vaso de agua, tragó dos pastillas más, volvió a la cama y se tapó la cabeza hasta quedarse dormida. Fuera, la lluvia seguí cayendo y las calles seguían grises e imposibles. Continuó durmiendo sin soñar nada y solo al cabo de casi cuarenta y ocho horas se levantó con el sonido de la lluvia intermitente. Se levantó despacio y abrió la ventana. Desde ahí, vio como el tráfico avanzaba lentamente y se alegró de no tener que salir a trabajar. Necesitaba una ducha urgente, un cambio de ropa, saber que su hijo estaba bien y vomitar, una vez más.
domingo, 2 de febrero de 2025
SALVELINOS
Te levantas con tos. Pensabas que te habías librado, pero de esta no se salva ni Dios. “Resfriado is comming”, reza en el frontispicio de este domingo. Calientas una taza con agua en el microondas para prepararte una infusión de jengibre, cúrcuma y cosas. Sabes que el calor que proporciona la máquina es de chichinabo y que se enfriará antes de que salgas de la ducha que necesitas para arrancarte la galbana que arrastras y el olor a ñu con el que has amanecido.
Pero ahora ya no sudas, tienes frío y hueles a bergamota porque te has rociado como si fueras a enredar, aunque no saldrás de casa porque, si lo haces, cabe la nada descabellada posibilidad de que te quedes por ahí, tomando un fresco que no te conviene para nada. No eres sueca y el carácter y la salud de una mujer mediterránea no se forjan a cinco grados bajo cero. Es la Candelaria y tú tienes todas las candelas del mundo colgadas de la nariz.
Retomas un sudoku que dejaste abandonado allá por las Navidades de hace un par de años y tragas poquito a poquito, traguito a traguito, la infusión, ya fría, que olvidaste en la cocina y que te apetece menos que cero.
Bicheas por la red y no sabes si es la fiebre o la mala leche que gastan algunos la que te expulsa y te devuelve a las costas de Alaska. El domingo dominguea. Entre la neblina del Paracetamol y el vaho que exhalas, un salvelino te saluda con un brinco antes de caer tieso. ¡Qué vida esta!
domingo, 19 de enero de 2025
CONGA. QUERIDO JOHN (VIII)
Querido John.
Si quisiera ponerme espiritual
diría que pronto cumplirás años allá donde estés. Pero me queda poca
espiritualidad. Creo que la quemé casi toda la última vez que sople las velas
de ya no recuerdo que cumpleaños. Debí desear algo que hizo plof y se me acabó
la mecha.
Ayer, desde la azotea de la oficina, vi una bandada
de patos volando hacia el sur. Puede que hagan parada en los humedales
que hay cerca del aeropuerto, aunque puede que con suerte se desvíen y esquiven
la mala fortuna de terminar sus viajes machacados por la turbina de un avión.
A veces, la turbina de un avión
puede que no sea mala cosa. Si me escucharas decirlo, te reirías ante la
brutalidad y la dramatización de algo que ya no digo, para que no crean que tengo
unas intenciones suicidas que no he tenido nunca.
Llueve. Aunque debería nevar por
el frío que hace. Frío por fuera y frío por dentro. Que la cosa se nos ha
puesto menuda y, desde que ya no estás para mí, la temperatura ha caído unos
cuantos grados y ya no los levanta ni Dios. Siempre quise saber más y en la
sinrazón estaba una razón que me escondiste siempre. Menudo lío. Pusiste patas
arriba el desván y te fuiste dejándolo hecho unos zorros. Eso no se hace.
Después ya no hubo quien volviera a colocar la quincalla donde tocaba. Diría
que la vida se convirtió en un festival que a mí, durante un tiempo, me dio poca
risa. Ahora ya no lo sé.
Querido John. Nadie nos avisó de que la vida era eso que iba
pasando mientras se producía un escape en el agua del piso de arriba que
destrozaría la mitad del tuyo como una representación hostil de la propia vida. Tampoco nos avisaron de que a padre o a madre, da
igual, se les iría la cabeza hasta el punto de que verían en ti a un desconocido
lejano y fiero. Y olvidaron advertirnos, también, que ese hijo, fruto de un
corazón ansioso y una tripa ahora ya seca, te odiaría a ratos, con la
ferocidad de una adolescencia que intenta encontrar explicaciones donde no las
hay y que tú nunca le podrás dar. Querido John, menuda barbaridad de década. Esto
sí que es una conga.
Siempre tuya.
Grace
jueves, 2 de enero de 2025
¡OH, OH!
Me dijeron que no sabía cuando iba a llegar, que todo viene por carretera y que, con el tema de la huelga de transporte, la guerra de Ucrania y todas esas cosas incontestables que pasan, es difícil saber cuándo algo llegará a su destino. No es consuelo. La guerra de Ucrania, olvidada ya, va camino de los tres años y aquí no hay muerto que haga temblar la conciencia de aquel que le puede poner fin. Negra noche, blanca noche.
Reviso el correo electrónico con demasiada frecuencia y cuando paso frente a la estafeta de Correos, miro de reojo, haciendo ver que no quiero ver, como si eso sirviera de acelerador de deseos. A estas alturas, ni ha llegado y que empiezo a pensar que ni llegará. C’est la vie, mon cheri, me digo mientras doy por perdidos los euros que aboné.
Mis pies levantan las hojas de
los almeces que se han desnudado demasiado tarde. Se me llena la nariz de un
polvo que me hace estornudar sin parar. Horas después, sigo intentando que el
malestar me deje vivir, pero no. Ya no hay primaveras ni otoños de verdad, pero
quedaron ancladas en el invierno y en el propio verano las malditas alergias
que solían acompañarlos. Una penitencia como otra cualquiera, como la del paso
del tiempo, que nunca es exacto, pese a que la métrica intente engañarnos y nos
vendan que cada cierto tiempo empezamos de nuevo.
Y en el engaño global del año
nuevo, quiero colocar el reloj a cero; maldecir todos esos incontestables que arrasan
con cualquier cosa; encerrarme en casa una semana, o más; olvidarme del correo electrónico,
y dejar de sonarme la nariz ya desollada, mientras lloro la desaparición, ahora
ya para siempre, de un paquete que tenía que llegar a casa por Navidad, como el
turrón.