La primera vez que la escuché estaba en Madrid, en una buhardilla sobre la Plaza Mayor en la que nunca faltaba un cierto hedor a orín. Le sujeté el brazo en un intento desesperado de que su laxitud no significara nada. Las cuencas de sus ojos se hundían por segundos. Sonaba Disneylandia, a cada salto de la vieja cinta su rostro parecía cada vez más gris. Sus labios se desdibujaban mientras, desesperado, Pablo buscaba, entre tanta ruina, un teléfono con el que llamar.
Sobre la cama, un trozo de papel de plata amarillento y un trozo de goma. Encontré la jeringuilla enrollada entre la manga de su jersey, mientras le sostenía para que no se marchara del todo. El espejo devolvía la imagen de una Piedad irreverente, envuelta en un jersey de lana gris.
Nunca más volvimos a ser los mismos.
Vuelvo a escuchar Disneylandia mientras leo “Mientras el aire es nuestro”, un viejo ejemplar de Austral que aún conserva un cierto hedor a orín que el tiempo no ha conseguido borrar, como tampoco el porqué de entonces.
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¿Supo? ¿Qué supo? ¿Sabe?
Lo sabe sin palabras,
Sin referencias a comunes términos
Humanos.
¿Preguntan? Nada dice,
Trastorna regresar de los peligros,
Emerger de catástrofes.
Pero vivir es siempre cotidiano,
Y volver a vivir se aprende pronto.
Volver a respirar
Es la delicia humilde.
Lo sabe sin palabras,
Sin referencias a comunes términos
Humanos.
¿Preguntan? Nada dice,
Trastorna regresar de los peligros,
Emerger de catástrofes.
Pero vivir es siempre cotidiano,
Y volver a vivir se aprende pronto.
Volver a respirar
Es la delicia humilde.
Jorge Guillen
No desistas nunca.
ResponderEliminarUn chucho.
Eso intento mientras dejo jirones por ahí.
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