Nacer el mismo día que Thomas Stearns Eliot no tendría la menor importancia si no fuera porque, desde que tuve conocimiento de ello, su presencia me persigue. Tan es así, que hace unos meses, mientras cruzaba mi propio desierto personal, me regalaron, sin saber de esa carrera infinita y extraña, las memorias que Robert Sencourt, amigo íntimo de T.S. Eliot, escribió.
Por aquello de las extrañas coincidencias, mientras estaba sentada en la ventana de mi habitación, agotando los últimos rayos de sol de un otoño benigno, con Dalhman dormitando a mis pies, leí que el poeta “a menudo se acurrucaba en el alféizar de la ventana detrás de un enorme libro, refugiándose en la droga de los sueños contra el dolor de vivir”.
En ese instante, todo cobró sentido, comprobé como algunos de nuestros órganos corporales tienen vida propia y mis ojos, esos que se refugiaban detrás de unos cristales tintados, estaban más abiertos de lo normal, en un gesto de sorpresa que ni yo misma era capaz de controlar.
Entrecerré los ojos y busqué la complicidad del sol de otoño. Y sin remedio, recordé, mientras le recordaba a él, aquel poema que decía:
“Y, en verdad, habrá tiempo
para el humo amarillo que se desliza a lo largo de la calle,
frotando su espalda sobre el cristal de las vidrieras;
habrá tiempo, habrá tiempo
para preparar un rostro que acepte los rostros que encuentres,
habrá tiempo para matar, habrá tiempo para crear
y tiempo para todas las labores y los días hábiles
que levanten y dejen caer una pregunta en tu plato;
habrá tiempo para ti y habrá tiempo para mí,
y habrá tiempo incluso para cien indecisiones,
y habrá tiempo para cien visiones y revisiones
antes de que tomemos una tostada y té”.
para el humo amarillo que se desliza a lo largo de la calle,
frotando su espalda sobre el cristal de las vidrieras;
habrá tiempo, habrá tiempo
para preparar un rostro que acepte los rostros que encuentres,
habrá tiempo para matar, habrá tiempo para crear
y tiempo para todas las labores y los días hábiles
que levanten y dejen caer una pregunta en tu plato;
habrá tiempo para ti y habrá tiempo para mí,
y habrá tiempo incluso para cien indecisiones,
y habrá tiempo para cien visiones y revisiones
antes de que tomemos una tostada y té”.
Y pensé que si no conseguí desayunar unas tostadas junto a él, sentados en el alfeizar de la ventana en la que ahora me encontraba, mientras cubríamos nuestros ojos cansados de una noche ya muerta, el año, ese año precisamente, no tendría sentido.
Hay, Anita. Eres una romántica. Me recuerdas la melancolía de muerte en Venecia.
ResponderEliminarTus ojos por lo visto son como dos faros en el mar. Disfruta de la melancólica pesadumbre ahora que puedes. Dentro de poco harás odas a la artrosis.
Un chucho.
Dicen que eres hermosa.
¿Te quieres casar conmigo?
He pensado hacer una oda a la artritis reumatoide y a las aftas bucales.
ResponderEliminarNo hagas caso de las malas lenguas, sólo quieren desestabilizarte.
Casamiento en Ganimedes?
Besos querido
A mi me gusta más hacerla en el Restaurante La Polar. Ponen unas gambas a la gabardina de la hostia, y es más económido.
ResponderEliminarYa me dices, para llamar.
Ahora es el momento en el que me encantaría tener un alfeizar en casa...lo haré en mi terraza con vistas al Albaicín y a la Alhambra.
ResponderEliminarUn beso y feliz semana!
Kenit, ve pillando hora y que pongan lenguado menier que eso da mucho empaque :)
ResponderEliminarPero chica radioactiva si eres una privilegiada, menudas vistas :)
ResponderEliminarDeduzco que has estado de cumple el 25? Si así es, no se me ocurre mejor manera de celebrarlo q con esa comunión con Elliot en el alféizar de tu ventana. Y que cumplas muchos más....
ResponderEliminarQué va!, aún me falta un montón, pero me guardo tus buenos deseos para cuando llegue :)
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