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Son sólo deseos, propósitos escritos cada 31 de diciembre, durante más de diez años. Esbozos en un trozo de papel, anhelos, planes que tenían que servir de preámbulo al año que llegaba. Sueños que no se cumplieron ni se cumplirán jamás. Los años, la vida y un golpe del destino quebraron cualquier posibilidad. El destino, aquel que compartían, no es más que polvo indefinido, materialmente descompuesto.
Algo hay de verdad en aquello de que uno no desaparece del todo mientras no se le olvida, precisamente por eso, hoy se reúnen una vez más.
Conocen el contenido de cada uno de aquellos papelitos, no les hace falta abrirlos, recuerdan a la perfección lo deseado, lo soñado, el momento en que lo anotaron y lo lejos que queda todo. Reconocen las notas por su textura, por el color parduzco que, con el paso de los años, ha ido adquiriendo cada trozo de cuartilla. Sólo hay una nota que nunca han leído, sólo una. Un extraño pudor lo ha impedido siempre.
Han decidido abrirla hoy. Reunirse de nuevo y poner fin a una costumbre que tenía sentido cuando todos tenían veinte años, cuando se reunían alrededor de una mesa, con dos duros en el bolsillo y hacían cientos de planes para un futuro que tenían que venir. El tiempo ha transcurrido, de aquello sólo quedan las notas y el triste recuerdo de la ausencia del que, año tras año, obligaba a los demás a escribirlas.
Hoy abrirán aquella nota cuyo contenido nadie conoce. El motivo de hacerlo ahora, ninguno en particular, sólo que ha llegado la hora. Y ahí está, sabía que se moría desde hacía mucho y su secreto, guardado en un trozo de papel amarillento durante años. El tiempo es tiempo, no es justo ni injusto, sólo los humanos somos más o menos estúpidos, pero eso sólo lo aprendemos con los años.
Recogen con sumo cuidado las notas, las coloca en el roído bolso. Una pregunta final: ¿Dónde te gustaría que terminara todo?, una respuesta fácil: En el mismo sitio que empezó. Hoy han cerrado un círculo.
Algo hay de verdad en aquello de que uno no desaparece del todo mientras no se le olvida, precisamente por eso, hoy se reúnen una vez más.
Conocen el contenido de cada uno de aquellos papelitos, no les hace falta abrirlos, recuerdan a la perfección lo deseado, lo soñado, el momento en que lo anotaron y lo lejos que queda todo. Reconocen las notas por su textura, por el color parduzco que, con el paso de los años, ha ido adquiriendo cada trozo de cuartilla. Sólo hay una nota que nunca han leído, sólo una. Un extraño pudor lo ha impedido siempre.
Han decidido abrirla hoy. Reunirse de nuevo y poner fin a una costumbre que tenía sentido cuando todos tenían veinte años, cuando se reunían alrededor de una mesa, con dos duros en el bolsillo y hacían cientos de planes para un futuro que tenían que venir. El tiempo ha transcurrido, de aquello sólo quedan las notas y el triste recuerdo de la ausencia del que, año tras año, obligaba a los demás a escribirlas.
Hoy abrirán aquella nota cuyo contenido nadie conoce. El motivo de hacerlo ahora, ninguno en particular, sólo que ha llegado la hora. Y ahí está, sabía que se moría desde hacía mucho y su secreto, guardado en un trozo de papel amarillento durante años. El tiempo es tiempo, no es justo ni injusto, sólo los humanos somos más o menos estúpidos, pero eso sólo lo aprendemos con los años.
Recogen con sumo cuidado las notas, las coloca en el roído bolso. Una pregunta final: ¿Dónde te gustaría que terminara todo?, una respuesta fácil: En el mismo sitio que empezó. Hoy han cerrado un círculo.
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