jueves, 10 de diciembre de 2009

UNAS LLAVES EN EL BUZÓN Y ANCLARSE AL MUNDO


Hacía dias que no se veían. El recibidor de casa convertido en el lugar común. Un “hola” por las noches que se sostiene en dos caras consumidas por el cansancio, un “buenos dias” mientras cae el primer café de la mañana. Sin embargo, hoy será distinto.
Sale por la puerta, cuando ya no hay nadie en casa, el silencio que ha pesado como una losa durante meses hoy es más liviano que nunca. En su mano una maleta, en bandolera un bolso enorme. Nada más, el resto se queda dentro, no habrán repartos, no habrán miserias. No quiere nada. Las cosas son sólo cosas, lastre de una forma de vida que ya terminó. Los objetos que durante años adquirieron deben quedarse allí, porque ese es su sitio, no le pertenecen, ya no forman parte de su vida, son sólo el recuerdo de una existencia pasada que se ha agotado, se ha consumido en si misma.
Ha dejado una nota. Sólo le explica lo que le gustaría que hiciera con cuatro de aquellas cosas que ahí se quedan. Apenas unos libros, unos discos, unas fotografías viejas. Lo demás le da igual, puede hacer lo que quiera, ya no conforman su vida.
Cierra la puerta con cuidado, deja las llaves en el buzón. No hay vuelta atrás, ni retorno posible. Los caminos son para andarlos hacia delante.
No siente tristeza ni aflicción. En realidad no siente nada. Ayer se lo dijo. No por no dicho antes no era sabido. No hubo sorpresas, no hubieron lágrimas, sólo el abrazo de dos personas que dejaron de reconocerse hace ya mucho tiempo.
Se encamina al aeropuerto, nada le ata a la ciudad, necesita tiempo, espacio y aire, poder ver el mundo desde otra prespectiva.
Ahora sólo hay la incertidumbre de llevar como compañero de viaje el alma en carne viva y la certeza de que no se puede vagar eternamente y que, más pronto que tarde, deberá volver a aclarse al mundo. Pero eso es ya otra historia.




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