Sábado 29 de agosto de 2009 a las 0:21
Un calor insoportable, un bochorno terrorífico y en la esquina, como siempre desde hace casi dos años, con su carro lleno de mierda, la suya, la física, está Juan. No sé si de verdad se llama Juan, él así se hace llamar. Un carro de inmensa mierda aparcado en una esquina de “alto standing”, chuflas del destino. La miseria del saco de basura al lado del bolso de Loewe y los zapatos de Jimmy Choo.
Día tras día, en invierno un café con leche de Strabucks (of course), y un bollo; en verano, una botella de agua (que siempre olvida en la esquina nada más dársela) y el mismo bollo para Juan. Hace casi dos años que ocupa esta esquina, al lado de los despachos “high-tech”, en la misma puerta de una oficina bancaria. Cada mañana, sobre las ocho, le veo levantar el “campamento”, haga frio o haga calor. Un espectáculo dantesco pero más real que muchos de los otros espectáculos que se ven en la misma acera, a la misma hora.
Juan tiene la cabeza perdida, pero sólo algunos días, en función de cómo sopla el viento o de si ha empezado sus enjuagues bucales con Don Simón.
Una edad indefinida, sin familia, sin nada más que el inmenso carro y una vida de extraña bohemia en el pasado, un pasado que, tal vez, tampoco existió nunca y que se inventa sobre la marcha el día que tiene ganas de hablar. Juan, al que hay que mandar a paseo día sí y día también, en función, también en este caso, de si ya ha tenido oportunidad de ponerse ciego con su veneno.
Unos día me llama borde, otros loca y otros me llama madrecita, dependiendo de si le apetece el bollo o si no le apetece. Obviamente, día sí y día también, acabo mandándolo al guano, forma parte del juego. Son las confianzas. Al día siguiente volveré con el bollo y el café con leche, y volverá a cogerlo y me llamará loca, o borde o madrecita, según la mañana que tenga.
Juan hace dos días que no está en la esquina y su carro de mierda tampoco. Nadie sabe donde está. Puede ser que la entidad bancaria que le hacía de improvisado apartamento o que el “alto standing” de la zona, hayan desahuciado, por la brava, a este pobre diablo. Puede que no.
Su carro de mierda molestaba, olía mal, casaba fatal con la fachada de nuestra estupenda calle. El carro olía terriblemente. Miseria y mierda no son gustosas de ver, ni de oler, pero ¿Qué hacemos con nuestro carro? porque el nuestro, que es más bonito y posiblemente de firma, va lleno de mierda igual, pero mierda que no se ve, pero que huele incluso peor.
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