Se sentó frente al espejo. Centró la vista en el reflejo de sus propios ojos. Intentaba descubrir si en el centro de sus pupilas se escondía algún secreto que ahora necesitaba con urgencia. Cabía la posibilidad que la retina, que había captado mil impresiones, mil imagenes, muchas de las cuales ni tan siquiera recordaba, hubieran captado la esencia de aquel que ahora ya no estaba y la hubiera dejado allí impresa a la espera de revelarse de nuevo.Pero era incapaz de ver, de recordar. Miraba y remiraba.Buscaba y rebuscaba. No había nada y se sintió más sola que nunca. Él no iba volver, ni tan siquiera en el recuerdo. Y poco a poco, como si aquellas pupilas también fueran a desaparecer, empezó a disolverse el secreto que sí estaba clavado en el fondo de un iris infinito, diluyéndose en forma de lágrimas que ni siquiera sentía rodar por sus mejillas.
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