martes, 6 de marzo de 2012

TELMO Y ODILE DE LAURENT


Cierro la verja despacio. Me espera sentado frente a la puerta, apenas llego a su altura, levanta la oreja y sale brincando camino abajo. Conoce el paraje y la intuición, o el gusto por lo repetido, nos lleva al mismo lugar de siempre.

Aquí somos un poco más libres, pero también más previsibles. Le alcanzo, mientras lanzo una rama seca. Con una alegría contagiosa, camina unos pasos por delante de mí. De vez en cuando, alertado por el sonido de los guijarros contra mis botas, gira la cabeza y, con ojos audaces, mira para volver a caminar. El tuero entre los dientes y el paso ligero.


Me froto las manos. Los guantes han quedado sobre la mesa de la cocina, y por los bolsillos se cuela un frio ralo, cortante. Ha amanecido con viento del norte. Los últimos copos del invierno se abandonan perezosos al vaivén de la corriente que los abandona en esta media llanura. 


Entra saltando el murete, cuarenta centímetros de rocalla que delimita el mundo de los vivos del de los muertos, pero yo no tengo la agilidad de sus cuatro pezuñas y levanto el travesaño que cierra un camino, casi invisible, que el tiempo grabó sobre el suelo marchito.


Olisquea anheloso y, en un gesto casi irreverente, se rasca el lomo contra la piedra bajo la que descansan los restos de Odile de Laurent.

Entre cantos y flores de altura, descanso de mi propia indolencia. Descanso y miro al frente. Telmo se tumba a mis pies y espera. Buen muchacho, pienso, mientras le froto el lomo. 


El silencio, que se extiende desde la cumbre, es denso como el aguanieve que empieza a caer. Espeso como la nada, apenas roto por el rumor del viento que ulula, intermitentemente, como la respiración entrecortada de un niño. El tiempo desaparece.


A lo lejos veo abrirse las contraventanas. Es hora de volver. Rasco la cabeza de Telmo, murmuro un "nos vamos". Él quedará aquí, vagando por un monte intemporal, vigilando la cumbre, retozando entre la nieve, acompañando a Odile de Laurent, y yo volveré, guardaré las botas para pisar, de nuevo, las aceras en busca de certezas cada vez más inciertas.


- Radiohead       Creep

4 comentarios:

  1. Es extraño. Los perros siempre encuentran un muerto, o a nosotros mismos que aún estamos vivos.
    Me agradó leerte, mienras lo hacía contemplaba, y sentía el frío de los vivos.
    Creo que has dejado tu alma con Telmo.
    La ciudad es una mierda, te lo digo.
    Un beso grande.

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  2. Ya te lo digo yo. El día menos pensado hago el atillo ratonero y que me busquen allá por las Feroe.
    besos querido.

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  3. Guauuuuu ¡Me encanta como escribes! ¿Existe ese lugar mágico?

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  4. Muchas gracias Montse
    Sí ese lugar existe. El Quer Foradat es un pueblecito de alta montaña en la Cerdaña, entre Puigcerdà i La Seu d'Urgell. Sin embargo, debo reconocer que ese pueblecido, que es el que aparece en la foto, ha quedado un tanto adulterado en el relato con la incorporación del cementerio de otro pueblecido más pequeño aún, pero que está en la Cerdanya francesa y ese, por ahora, lo guardo en secreto. Gracias de nuevo.

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