Mi “Jose” y yo. Tuvimos un romance de lo más apasionado. Yo trabajaba en la peluquería “Malos pelos”, la más fashion de mi barrio”, y mi “Jose” regentaba su carnicería “La Serena”, las mejores morcillas de la ciudad. Sólo nos veíamos los domingos después de comer, pero aquellos momentos eran tan intensos que nos valían por mil. Yo vivía en mi apartamento de soltera, lo había decorado con un gusto exquisito. Todo “made in Ikea”. Tan bonito, tan blanco, todo tan geométrico que, en lugar de parecer que vivía en el centro de Alcorcón, era como si lo estuviera haciendo en la mismísima Estocolmo.
Los domingos, por aquello de lo exótico, vestida de esquimal, como si fuera la enigmática Björk (no es sueca, lo sé, pero por allí, de por donde es la muchacha, también hace un fresquito importante y mi “Jose” sin el GPS no se aclara), le esperaba tumbada en mi cama futón, como la dama de las nieves, mientras el llegaba más guapo que un San Luis y esa inolvidable olor a su bendito after shave “Varón Dandy”.
Mi chico, que siempre fue muy suyo, traía morcilla, panceta y una botellita de orujo, para desengrasar. Unas meriendas espectaculares que nos atizábamos tras retozar durante horas en mi cama futón. Fueron unos meses encantadores. Pero nada no dura eternamente. Por aquello de la pasión desmedida, a los nueve meses nacieron Eubaldo y Ramona, nuestros gemelos. Yo no escogí ninguno de aquellos nombres, me parecían espantosos. Pero, la madre de mi “Jose”, quiso homenajear a sus propios padres y, lo que no tuvo bemoles de ponerles a sus hijos, se lo puso a los míos.
Los dos gemelos nos obligaron a dejar mi “igloo” y buscar un piso en el que vivir, pero, como no nos llegaba, nos fuimos a vivir con la madre de todas las batallas, la madre de mi “Jose”. No, no es la madre de Sadam Hussein, pero por la mala leche que gasta bien pudiera haberlo sido.
Ahí empezó el infierno. Lo primero en desaparecer, mi colección de ropa interior de fantasía. No debería haberme importado mucho porque, tras el embarazo, perdí mi estupenda figura pero ver como aquellas cositas, que tantos momentos de gloria me habían concedido, habían pasado a ser trapos para limpiar los cristales, me perturbó mucho. Dejé de desayunar cereales para alimentarme a base de chacinería made in “La Serena” por prescripción familiar. Al poco tiempo, dejé la peluquería y pasé a trabajar en el negocio de mi “Jose”, en “la Serena”.
Hoy peso 130 kilos. Tengo dos gemelos que con 7 años a los que odio y no paran de engullir morcón y morcilla de arroz. Mi “Jose” se lo hace con la frutera anoréxica, mientras yo simulo no enterarme de nada.
Ahora ya sólo tengo un sueño que sé que, más pronto que tarde, voy a hacer realidad. Por eso cada día mimo, limpio y engraso, con mucho cuidado, la máquina picadora. Las morcillas no tendrán parangón con ese pequeño toque a “Varon Dandy”. Mientras llega mi momento, seguiré devorando mis bocadillos de morcilla adobados con orfidal y unos traguitos de orujo de hierbas para desengrasar.
Bjork -
Que no, que no lo mates, que el kilo de carne está muy caro. ¿Pero tú has visto como está el PIB?, a menos 20, como en Burgos, en invierno. Lo que debes hacer es coger a la amante y a ella sí,en la maquinita y se lo das a probar, pero solo a probar porque aunque delgaducha carne (no lo olvides) carne es.
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